El jardin de los Finzi-Contini. Giorgio Bassani.
Recordé lo que había ocurrido entre Micòl y yo (o mejor dicho, lo que nunca había ocurrido) dentro del carruaje predilecto del viejo Infinitas veces a lo largo del invierno, de la primavera y del verano que siguieron,Perotti. Si aquella tarde de lluvia en la que de golpe había terminado el luminoso veranillo de San Miguel de 1938 yo hubiera conseguido, al menos, declararme —pensaba con amargura—posiblemente las cosas entre nosotros habrían ido de manera distinta. Hablarle, besarla: tendría que haberlo hecho entonces, cuando todo podía suceder aún, no cesaba de repetirme. Y olvidaba preguntarme lo más importante: si en aquel momento supremo, único, irrevocable—un momento que habría sido decisivo para su vida y para la mía—, yo habría sido realmente capaz de intentar en gesto, cualquier palabra. ¿Sabía ya entonces, por ejemplo, que me había enamorado de verdad? Pues no, no lo sabía. No lo sabía y entonces y seguiría sin saberlo hasta pasadas otras dos largas semanas, cuando ya el mal tiempo, que no iba a cambiar, había dispersado sin remedio nuestra ocasional compañía.
Giorgio Bassani, de “El jardín de los Finzi-Contini”