El mundo de Ayer. Stefan Zweig
“Y es que no he visto en Rusia nada tan grandioso y conmovedor como la tumba de Tolstói…Un pequeño túmulo rectangular en medio del bosque, sombreado por unos árboles en flor… Nulla crux, ¡nulla corona! Ninguna cruz, ninguna lápida, ningún epitafio. El gran hombre, que como ningún otro había sufrido por su nombre y por su fama, fue enterrado anónimamente, igual que un vagabundo encontrado por casualidad o un soldado desconocido. Nadie se ve privado de acercarse a su tumba; la pequeña valla de madera que lo rodea no está cerrada. Nada guarda la quietud de aquel hombre inquieto, salvo el respeto de los hombres. Mientras que, por lo general, la curiosidad los empuja a apiñarse ante la suntuosidad de una sepultura, aquí, la contundente sencillez, aleja a toda fisgonería. El viento sopla como la palabra de Dios sobre la tumba del hombre anónimo; ninguna voz más; se podría pasar por delante de ella sin saber otra cosa, sino que allí yace alguien, un ruso enterrado en tierra rusa. Ni la cripta de Napoleón bajo el arco de mármol de los Inválidos, ni el sepulcro de Goethe en el panteón de los príncipes ni ninguno de los monumentos funerarios de la abadía de Westminster impresionan tanto como su aspecto, como esta tumba conmovedora en su anonimato, magnífica en su silencio, perdida en el medio del bosque y rodeada tan solo de un susurro del viento; sin mensaje alguno, sin palabras”.
Stefan Zweig. De la obra “El mundo de ayer”