Miedo
Ignoro si fue antes el silencio o la oscuridad, pero lo cierto es que la suma de ambas sensaciones me produce pánico, ese estadio del miedo superlativo.
Ahora me di cuenta que esto nada tiene que ver con aquello, con tantas horas de entrenamiento. Esta oscuridad no es aquella, y este silencio no es aquél. Tengo vértigo, nauseas, temor a que mis colegas se percaten de lo que me está pasando, no quiero mirarles, no quiero que mis dudas y mi miedo se contagien y pueda poner en peligro nuestra misión. Aunque quizás ellos también piensen y sientan lo mismo que yo, somos humanos.
Me pregunto si es una pesadilla, pero no. No lo es. ¿Se supone que nosotros no tenemos miedo? ¿Por qué lo tengo? Esta realidad desconocida, turbadora, nos desnuda, nos pone a prueba, nos somete a una sugestión que anula nuestra voluntad.
Aprieto con mis manos mi “talismán”, esta pelotita de beisbol en miniatura de tacto suave, tan agradable, como la mano de mi hija Cinthia. Recuerdo sus palabras al dármela, <<¡Vuelve pronto papa!, ¡te quiero!>> Por un instante me he evadido de esta sensación de aislamiento tan sobrecogedora.
No necesito mirar el reloj, se que aún quedan más de seis horas de trayecto, de tensión en medio de la nada, y necesito pensar, pensar, pensar, pero pensar con calma. Y me pregunto, ¿Acaso has tenido más calma que ahora? ¿cómo entrar en la normalidad? ¿en la quietud? Tengo que recuperar rápidamente la paz de espíritu, recuperar el control sobre mí mismo. Pero es imposible ante tanta inmensidad. Noto que mis pulsaciones están subiendo rápidamente. Acabamos de iniciar el viaje y ya estoy fatigado.
Cada minuto dejamos atrás cuatrocientos kilómetros, cada segundo ocho kilómetros más lejos de la Tierra. Miro otra vez por la escotilla, ese diminuto ojo de buey, pero no veo nada, ni una luz, solo oscuridad. ¿Donde están las estrellas?, ¿donde está nuestra esfera azul, nuestra Tierra? ¿Nadie me dijo que el viaje era así? Tan inquietante. ¡Dios! ¡Dios! Esa palabra que nombra lo que todo lo engloba. ¡Ahora caigo, soy científico!, pero no soy nada comparado con vos Señor. ¡Socorro! ¡Dios mío! ¡protégenos de este espacio infinito, lleno de peligros! Es el momento de las promesas, pero no sé que prometer si salgo de esta aventura, estoy bloqueado. ¡Dios! ¡Sálvanos!
Mi padre me dijo que no hay héroes angustiados, pero los hay. Yo soy uno de ellos. Antihéroe soy, vulnerable, minimizado en el espacio inconmensurable. Por nada del mundo querría que mi hija me viera así, echado, con los pies por alto, atado para no flotar por la ingravidez, aprisionado, con el culo encharcado, evacuado, excretado, descompuesto, y ¡cagado de miedo! Estoy sudando, percibo que me miran de reojo mis dos colegas, siento calor y frío, escalofríos, temblores, todo a la vez, aunque estamos a casi cincuenta grados en la cápsula. Seguro que tengo la piel hinchada, colorada. Querría mirar alrededor, pero no me atrevo, sigo mirando al frente, para que nada se note, para dar apariencia de normalidad, y me pregunto: ¿Acaso me estarán mirando? Uno de mis colegas se queja de que no se nos advirtió que este olor a mezcla entre amianto y electrónica, era tan insoportable.
Hace escasas horas los tres intrépidos cosmonautas caminábamos triunfantes, entre la multitud que nos aclamaba como los valientes exploradores del espacio. Entrabamos en la nave, quizás para no volver, pero para todos ya somos héroes y aún no hemos hecho nada. Quizás la gloria nos aguarda.
De pronto leo en mi pantalla: “No suggesting”. “ don´t be afraid” (No te sugestiones, no tengas miedo). Mis colegas ya saben que estoy mal, y que no puedo sobreponerme a este miedo incesante.
En un soplo los tres podemos dejar de existir, arriesgamos la vida cada segundo que pasa, y la valoramos como todos. ¿Por qué mi amor, Carol, no me disuadiste de vivir esta aventura? No te lo perdonaré.
De pronto, oímos ¡ привет! ( opez, opez). Un saludo en ruso. Y en perfecto inglés “quedan unos minutos para el acoplamiento”, “preparados”. Mi comandante prepara las maniobras. Estamos frente al Skylab. Nuestra nave Apolo, ahora se gira levemente y puedo ver, al fin a través de la escotilla, muy a lo lejos una lenteja azul, y es nuestra Tierra, que parece inalcanzable. Qué lugar tan diminuto donde nos espera todo lo que dejamos y donde de verdad nos sentimos seguros, donde tienen lugar las emociones que nos hacen felices. Aquí solo hay miedo, soledad, oscuridad, vacío, y no podemos despertar, porque esto no es un sueño. Serán tres meses en este abismo, suspendidos en la nada. Creo en la física, pero aquí solo confío en el Dios que todo lo puede.